jueves, 11 de abril de 2013

Crocodilos (II)

No sé qué me pasa con los cocodrilos, que siempre aparecen en mis malos sueños. No sé por qué se repiten siempre tanto y de la misma manera.

Soñé que quedaba con un amigo, y éste luego me decía que fuera con su hermana, que había llegado hace poco a la ciudad, que no hablaba apenas el idioma (no lo entiendo, porque son españoles) y que no tenía amigas, así que debía de socializarse.

Así pues, quedé con su hermana, con la que dimos un paseo por lo que serían, al menos en el sueño,  los alrededores de mi facultad.

No sé muy bien cómo, me quedé a solas con ella.

Pese a que en la realidad su hermana es más pequeña que yo, más bajita que en el sueño, y nada que ver físicamente con la del sueño, resumiendo; mantenía la esencia de "hermana de mi amigo". Luego su esencia fue cambiando, y llegó a ser la hermana de un personaje que sólo he visto en sueños un par de veces, cuando tenía 8 y 9 años.

Me hablaba en lenguas que desconozco,  lenguas impronunciables para mí, con unas sílabas a vocalizar cual gato expulsando una bola de pelo.

Yo la entendía a medias.
 Llevaba algo, no sé el qué, para comunicarse con  su hermano y el resto de su familia; algo como un walkie-talkie, pero no llegué a ver el qué.

Salimos de la universidad y de todos los alrededores cercanos hasta llegar a un desierto.
Cuando quise dar la vuelta para volver al mundo conocido, no había más que un túnel, muy largo, que se veía la luz al otro lado.

Entramos en el túnel, que se metamorfoseaba en una cueva. Cada vez más y más bajita. Como en los cursos de espeleología, nos arrastramos por las franjas del suelo, llenándonos de polvo y arañazos en la oscuridad absoluta, sin más luz que la de la rendija al final de la caverna. Me sentía feliz de sentir esa sensación de sufrimiento-agotamiento-arrastramiento de nuevo, me sentía viva.

Hubo un momento en el que ya estábamos a punto de salir, conseguí sacar la cabeza por la rendija de la cueva, pero el pecho se me quedó atrancado.

"Si pasa la cabeza, para todo" dijo una voz conocida dentro de la siguiente sala, que con el polvo yo no podía ver, y me cogieron de las axilas y comenzaron a tirar de mí.

Aplastándome el pecho y el culo, caí al agua.

Las olas agitaban violentamente. Estaba muy confusa porque no había mar cerca y no sabía qué producía un oleaje tan fuerte en un espacio tan pequeño.

En la sala nos reencontramos con mi amigo. Aparte de él y su hermana, había 2 ó 3 amigos más.

Habíamos caído en un canal que llevaba a otra caverna. Fuimos nadando, cual perritos, porque era una galería muy estrecha. Llegamos así a una cueva de techo muy alto, de forma cuadrada, con un círculo en el medio, como un pedestal, y algo sobre el círculo, algo que teníamos que coger.

Íbamos a coger lo del pedestal cuando uno de los chicos gritó "¡¡Esperad!!" . Nos giramos bruscamente, él  lanzó una piedra contra el pedestal, y al momento vimos a un cocodrilo volar y comérsela al vuelo.

Nos dimos cuenta de que eran 5 cocodrilos los que protegían aquello que había sobre el pedestal. Subí por los laterales de la cueva, sin tocar el agua, pues me daba miedo. Me dijeron que no me preocupase, que los cocodrilos sólo actuaban a cierta distancia del pedestal. No les hice caso, me alejé cuanto pude.

Con la ayuda de todos fuimos bloqueando a los cocodrilos, cerrándoles las mandíbulas con nuestros brazos y mucha fuerza. Bueno, yo en concreto no le cerré la boca a ningún cocodrilo, yo me dedicaba a lanzarles las piedra-cebo, para que saltasen  y les pudieran bloquear en el aire.

Los 5 cocodrilos fueron neutralizados.

Me gritaron que ahora que era seguro, que no aguantarían mucho tiempo más, cogiera lo que había en la roca-pedestal central de la sala. Se me hizo un salto muy grande... me daba miedo. Además, los cocodrilos, al sentir que iba a coger aquello, se empezaron a agitar violentamente.

No nos quedaba mucho tiempo, así que salté a la roca central.

No me acuerdo qué era lo que cogí, pero recuerdo las mandíbulas de un enorme cocodrilo que había conseguido liberarse, volando verticalmente sobre mí. Y también recuerdo un luz cegadora, como si acabase de despertar en el desierto al tocar aquello que había en el pedestal. Me costaba abrir los ojos, me dolían de la luz.

Pero no, desperté en mi cama, caliente, en la penumbra y a salvo.

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