domingo, 31 de marzo de 2013

Retales de los sueños de últimamente

Debido a los agobios de la vida, tengo esto un poco abandonado.

Algún sueño chulo digno de mención ha sucedido, pero con a tontería de que no los he escrito en ninguna parte, se me han ido olvidando. Una pena. También se me iba olvidando lo que es escribir a máquina un texto descriptivo. Se me hace raro escribir para algo que no tenga que ver con la farmacia...

Bueno, de los retales de los sueños de estos últimos días no hay nada con mucho sentido. Aparte de un montón de sueños eróticos que nunca acaban en sexo de verdad, el resto de sueños no tenían ningún tipo de hilo.

Soñé con un mundo que era una fusión entre Muñico y Venecia (o Muñico con las calles inundadas, quien sabe) y que me perseguían.
Era raro, porque las personas que me perseguían las he visto sólo una vez en mi vida (realmente me perseguía sólo una persona, lo que pasa es que se duplicaba) y el resto en fotos, y tampoco es nadie que me importe mucho como para aparecer en un sueño. Ni siquiera hablé con él nunca. Es la típica persona de amigo de un amigo blablablá...
En el sueño me perseguía por motivos que me da vergüenza desvelar en la red.

Era angustioso, porque como se duplicaba, me cubría uno el frente y otro las espaldas, por lo que escapar era complicado (además, que la mayoría del paisaje eran puentes, y yo no estaba muy por la labor de tirarme al agua) así que tenia que saltar y escapar por los tejados.

Al principio bien, porque como mi perseguidor está pototo no lograba alcanzar los tejados, pero luego hacían torre y subía uno. Así que ahora tenía a uno persiguiéndome por los tejados y el otro por el suelo, por si caía.

Yo tenía que llegar a la casa del amigo que es amigo de los que me perseguían. Cuando llegué, resulta que no estaba, que había salido. Recuerdo el dintel de la casa muy claramente: era un marco de piedra, gris, con 5 ladrillos de piedra descubiertos a la izquierda y 2 y medio a la derecha (mirándola de frente) y el dintel de arriba tenía un pico en el centro. La fachada era amarillo pastel, casi blanca. La puerta estaba siempre abierta, era de madera. En el interior había siempre un fuego chiquitito, o quizás eran sólo las ascuas.

Su abuela, a quien nunca vi, era la que me decía que se había marchado a la procesión. Yo oía a la abuela y a una sillita mecerse, pero no la vi.

Le dije gracias, salí corriendo y me pregunté "¿qué procesión?"

Por el camino me encontré con un amigo en silla de ruedas, que decía que le daba pereza llevar muletas. Lo que es más importante es quién empujaba la silla de ruedas. Esa persona, que no veía la relación en el momento y la circunstancia, me miró seriamente y negó con la cabeza. Puso una mirada muy penetrante, sin decir nada, como regañándome. Y yo me sentí muy mal, pero no sabía (ni sé) que había hecho.

Volví a oír las voces de los perseguidores, así que corté el contacto visual de la regañina para salir corriendo.

Seguí el ruido de las trompetas a lo lejos, y me metí en un laberinto de calles en donde ya no había canales, solo amagos de carreteras de hace tres siglos.

Llegué a los restos de una procesión. Parecía un cruce entre semana santa y carnavales. No había motivos religiosos, pero la gente llevaba las coronas que se les ponen a la Virgen o a Jesús, como si fueran diademas, a la vez que se cubrían la cara con máscaras venecianas. Unos llevaban sólo las máscaras, otros sólo la diadema.
También había  quien no llevaba nada, como yo.

Me perdí entre la multitud. Vi a mi familia, todos con diademas y las máscaras en la mano (menos la pequeña, que se estaba peleando con su máscara y nos e la conseguía desatar) y me saludaban como tontos diciendo que íbamos ahora todos a comer en el bar de nosequién -cordero o cerdito asado- eso lo decía mi padre, con el que discutía porque sabe que no me gusta la carne.

Les decía que tenía que encontrar al chico este y que luego me reuniría con ellos.

La multitud se disipaba y yo no le encontraba.

Mis perseguidores iban a aparecer en cualquier momento. Se les veía a lo lejos saltando entre tejados.

Entonces sentí que me rodeaban las muñecas y me abrazaban la cintura. Era mi amigo, como si tuviera cuatro brazos. Iba a girarme para verle, pero al giro, junto con la presión de las muñecas, desperté.


Y otro sueño que tuve es de meterme yo y otros 4 amigos en una granja-zoo a perseguir culebras, zorros, gallinas, pandas rojos y de todo. el tipo que llevaba el lugar vestía a lo western. No sé muy bien cómo, acabábamos en un parque de atracciones que era como el Parque Jurásico, y pasamos de acariciar pandas rojos a dar de comer a los dinosaurios de cuello súper-largo.

sábado, 9 de marzo de 2013

Galería de Espejos (o puertas hacia otros universos)

Hace unas semanas, caminaba las calles desiertas de mi universo onírico. De un mundo pasaba a otro. Empezaba en una colina, entre la Montaña de los Cristales Oblongos y Pueblo Ojo de Pez. Me recorría casi toda ciudad soñada a lo largo de este tiempo, pero no los sitios soñados que identifico con niveles superiores. Es decir, soñé que recorría el mundo que conozco, pero visto desde mis sueños, no soñé con ningún supermundo tipo como el purgatorio.

Al principio había turistas en mi mundo, pero poco a poco, a mi deseo, mi sentimiento de que invadían mi privacidad, me fui quedando sola.

Caminaba, siempre de frente y en línea recta, por mis mundos, que se iban formando a mi paso, y recordaba, con añoranza, las hazañas conseguidas en el mundo onírico. Iba pensando sobre la realidad y el sueño.

Meditaba sobre por qué era tan sencillo construir estructuras imposibles en los sueños y en la vida real era imposible.

Meditaba sobre por qué los colores del mundo estaban limitados por un espectro de amplitud concreta y sobre por qué el mis sueños el sentido de la vista captaba mucho más.

Meditaba sobre por qué cualquier percepción en el mundo onírico era mil veces, probablemente más, aguda y fuerte que la realidad, si se suponía que la realidad era aquello que percibíamos, y lo que yo percibía con más intensidad era lo que no existía.

Meditaba sobre por qué en la vida real era imposible estar en dos lugares a la vez y en sueños estaba en todos y en ninguno.

Meditaba sobre lo costoso de la comunicación verbal de las personas iguales, divididas en idiomas, y de lo sencillo que era hablar cualquier idioma, tanto real como inventado, en sueños. Y sobretodo pensaba en lo costoso que era recordar las palabras exactas dichas al despertar, cuando sólo puedo recopilar palabras sueltas en idiomas varios y a veces idiomas inventados.

Meditaba sobre esto y muchas otras cosas. Dejé de meditar, porque sabía que toda lógica que concluyese en el mundo onírico, no tendría sentido en el mundo real, si es que conseguía recordar completamente mi tesis al despertar.

Caminé  y atravesé una catedral, sin puertas. Nunca había soñado con ella antes. Igual que entré yendo en línea recta, salí yendo en línea recta. No tenía altar, ni cruz, ni nada, salvo una gran puerta. Era estrecha y se alzaba hasta el infinito. Sus vidrieras no contaban historias, sólo eran fractales imposibles y rosetones. La luz que entraba dentro de la catedral hacía todo parecer bañado en ultravioleta, veía unos colores que no sabría describir en el mundo real. Sé que la alfombra por la que caminaba era púrpura, e infinita, llevaba caminando sobre ella desde Pueblo Ojo de Pez.

Al salir de la catedral, me encontré con mi visión onírica de Muñico, mi pueblo. Según el sueño, la catedral hubiera estado situada desde la Iglesia del pueblo (a 500m del pueblo) hasta un poco más allá de la Plaza.

Me encontré una bifurcación, y por primera vez dejé de andar el línea recta. Creo que miré a la izquierda, y el aspecto de esa zona del pueblo era totalmente igual que en la vida real, así que me decanté por el camino de la derecha, que se veía difuso, y sabría que me llevaría hacia algo nuevo.


Llegue a una sala con la que no había soñado nunca, creo, o quizás sí, cuando era muy pequeña, porque lo cierto  es que me sonaba mucho.

Había espejos, de unos y otros tamaños, normalmente bastante grandes, por toda la sala.

Supe lo que eran al momento: puertas. Eran las puertas de, no otros mundos, sino otros universos. Se me pasó la idea por la cabeza de que si conseguía entrar en uno de los espejos invadiría los sueños de otra persona.

Me puse frente a un espejo, pero no devolvía más que mi reflejo. Tenía miedo de tocar la superficie reflectante. Juraría que era líquida, como quien se asoma a un lago que no emite más que su propio reflejo, sólo que esta vez el lago era vertical.

Me alejé lentamente de ella y observé, entre aterrorizada y maravillada, el mecanismo de visión de los otros mundos.

Los espejos no mostraban nada si los mirabas directamente, pero si los mirabas en el relejo de otro espejo, en vez de dar una imagen especular infinita, te enseñaban los otros universos.

En el espejo de enfrente vi como se acercaba una figura conocida. Ahora no sabría decir quién era. Quizás era yo misma, vista desde los ojos de otra persona. Quizás era alguien que somos todos. Parecía una figura femenina y masculina a la vez. No sabría describirla. Caminaba a cámara lenta, parecía más bien que trotaba, muy erguida. La gravedad en la figura era como quien intenta andar por el fondo del mar.

La figura erguida crecía y se acercaba a cámara lenta. Tenía la mitad de una balanza tradicional, sólo el plato y la cadena. En la balanza colgaba una cabeza, que rápidamente concluía su degradación a sólo calavera.

Si continuaba mirando los reflejos de los sueños ajenos, la figura con la balanza y la calavera me alcanzaría.

Rompí el contacto visual antes de que la figura consiguiese salir del espejo.

Me giré y miré al espejo, miré mi reflejo, no los reflejos de los otros espejos. Todo reflejo volvía a ser normal.

Seguí mi camino en línea recta, alterada.

Mi cabeza empezó a meditar sobre cosas tan rápido que no soy capaz de recordar nada. Pensé que la cabeza me iba a estallar. Tenía que relajarme. Empecé a componer poesía, el griego (o al menos lo que yo creía que era griego en el sueño) e inglés. Mayoritariamente en inglés.

Llegué al final de la Galería, miré atrás. Caminé un poco más, entrando en otro mundo conocido, a salvo.

Cuando me hube calmado completamente, decidí despertar, ya que había compuesto un poema que quería escribir cuanto antes.

Me desperté, al momento, y las palabras del poema se habían perdido completamente, salvo alguna suelta, en mis sueños.

Hoy, mientras caminaba de vuelta a casa, recordé algunos... cuando los recopile, quizás, los escriba.