lunes, 28 de agosto de 2017

Cuando hay algo que une a los demás, pero no a mí

Entre sueños y sueños, soñé muchas cosas malas y mucha maldad. Soñé que estaba harta de todo y todos. Podía ver una conexión invisible entre el resto de personas, pero no conectaban conmigo. Me sentía fuera de lugar. Quizá incluso superior a ellos.

Así que di un salto y escapé. Empecé a flotar, porque nada me unía al resto que se quedaban en tierra.

Todos me miraron, y mi sonrisa canina de despedida era inolvidable.

Volaba y flotaba cada vez más y más alto. Y me sentí libre. Y por primera vez entendí que no tener esa "conexión" que tienen los otros no era ni mi culpa, ni una maldición. Ya no estaba conectada a la Tierra, así que me dejé llevar por los vientos y me impulsé hacia el cielo, viendo como la tierra, el mar, la gente, la humanidad... todo quedaba cada vez más lejos.

Hasta que salí del planeta. Pensé que la falta de aire me mataría, pero al fin y al cabo, sabía que era un sueño y que pasaría lo que yo quisiera que pasase.

Contemplé la Tierra. Contemplé el espacio, en toda su belleza y esplendor.

Vacilé un instante si ir a visitar otros planetas, pensé en Marte, pero habría tardado mucho en llegar, y me dio una mezcla de pereza y deber para con la Tierra.

Algo me sacudía por dentro al mirar nuestro planeta, girando muy, muy, muy lentamente. Así que decidí volver.

Por un sueño, fui un cometa, un meteorito, o lo que fuera aquél destello que cruzó las capas de nuestra atmósfera. Pero yo no me incendié ni me desintegré.

Fui a parar a algún punto de Asia y crucé volando desde allí hacia Europa, a ras de los edificios, observando lo que la humanidad había construido. Tan diferente y todos tan iguales a la vez.

Llegué al mismo punto del que había partido. Algo tenía que cambiar allí, y yo iba a ser el primer motor de ese cambio.