martes, 26 de junio de 2012

Pesadillas de mi infancia V: la Ciudad inundada

Solía soñar que jugábamos al escondite en una ciudad levemente por debajo del nivel del mar, pero en la cuál había unos montes que evitaban que se inundase. Toda la gente partícipe en el juego era menor de edad, todos niños o adolescentes. Nunca vi un adulto por la Ciudad.

Corríamos por la Ciudad Abandonada, que estaba constituía mayormente por dinteles y soportales, realmente no existían casas, aunque sí había algunas escaleras que no llevaban a ninguna parte.
No sé si la ciudad estaría en ruinas o es que sólo era el esqueleto de los edificios. El lugar tenía toda la pinta de haber sido habitado y que aquello que quedaba fueran ruinas, pero todo era demasiado blanco y resplandeciente.

Todo era muy blanco... y el cielo y el mar se fusionaban en un azul celeste puro. Y también había mucha arena, arena muy, muy fina, que parecía azúcar.

Siempre hacía mucho viento, y corríamos por las infraestructuras sin sentido para llegar a lugares sin correspondencia lógica con sus caminos (al subir escaleras estábamos abajo, al girar a la derecha estábamos a la izquierda, o lo que fuera)

Y la arena se movía con nosotros. La Ciudad cambiaba su forma con nuestros pasos.

Entonces sucedía algo extraño. Se acumulaban nubes sobre nosotros , de manera circular, como si fueran a formar un torbellino en cualquier momento, o como el ojo de un huracán.

Y era en ese momento cuando me percataba de que estaba sola. Miraba a los montes, y allí estaban todos.

Caminaba por la arena, y me cansaba mucho, el viaje parecía interminable. La Ciudad había desaparecido, ahora sólo quedaban unos dinteles que rodeaban el lugar donde la Ciudad había estado.

El mar, al igual que el cielo, oscurecían hacia un azul marino.
Todos estaban mirando fijamente al mar, de frente a él, a la vez que cada uno se agarraba con los brazos hacia atrás a los pilares de los dinteles. Había una persona por pilar.

Así que yo hacía lo mismo. Formábamos un círculo impenetrable.

Recuerdo quién estaba a mi derecha, una chica llamada Alicia, con la que nunca he tenido mucha relación y hace varios años que no veo. Ella es unos 3 años mayor que yo.
No recuerdo quién estaba a mi izquierda, pero creo que era un hombre y de mi familia, mi primo o uno de mis hermanos, quién sabe.

El mar se elevaba, una ola de unos 40m. Alicia miraba desafiante al mar, otros teníamos miedo. Alguien decía algo en un idioma extraño, pero que todos entendíamos, significaba algo así como "no tengáis miedo, resistid"

Y definitivamente la ola rompía a pocos metros de nosotros, y nos empapábamos de una manera casi dolorosa. Nadie se soltaba. Tragábamos agua...y estaba dulce.

De la ruptura de esas olas salían también humanoides hechos de agua. Caminaban sobre el aire, intentaban entrar en la Ciudad, pero la presencia de los niños en los dinteles lo evitaba que penetrasen.

Entonces esos seres de agua intentaban convencernos de que abandonásemos los dinteles, nos metían miedo o nos intentaban convencer de ir con ellos. Nosotros nos negábamos. Y ahí era cuando recurrían a su estrategia más dura: nos hacían envejecer.

Recuerdo mirar a mis lados y ver como cada minuto se convertía en un año. Yo crecí progresivamente.

Cada niño seguía guardando un pilar, cada dos niños protegían un portal. Cada niño tenía un humanoide que se le encaraba. Los niños más mayores ya habían dejado de ser niños, mientras que el resto éramos adolescentes.

Cuando alcancé suficiente altura, sin dejar de mirar a mi humanoide, que estaba muy cerca, y era quien me hacía envejecer, me acerqué todavía más a él. Él sonrió, y yo aproveché su descuido y me lo bebí.

Había vencido. Volvía a ser niña. Quería gritar al resto para que hicieran lo mismo, pero muchos niños tuvieron miedo al ver como envejecían y corrieron dentro de la ciudad, abandonando el pilar que les correspondía.

Y entonces sentí cómo penetraba una gran cantidad de agua en la ciudad, golpeándome en la cara.


Y siempre era ahí cuando despertaba, con la cara dolorida y me daba cuenta de que toda humedad sentida en el sueño era proporcional a mi cantidad de sudor en la realidad.

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