martes, 12 de junio de 2012

Pesadillas de mi Infancia IV: el reflejo

Recuerdo que era la víspera de mi primer expomanga. Estaba bastante nerviosa, como si fuera la víspera del día de Reyes o algo así.
Tendría unos 11 años. Había comprado unas orejitas y cola de gato para disfrazarme.

En mi cuarto no hay espejos. ¿Por qué? Pues porque básicamente no hay sitio donde poner un espejo, las paredes están sobresaturadas de estanterías con libros, discos y peluches. Además, siempre que veo mi reflejo en la oscuridad creo que es que hay alguien en el cuarto y me asusto siempre.
Por ello, cuando es de noche, uso la ventana como espejo, porque puedo ver mi reflejo cuando hay luz en el cuarto y fuera está oscuro (obviamente mi persiana es totalmente opaca), pero en cuando apago la luz, no puede haber reflejo alguno.

Bueno, el caso es que soñé que estaba yo probándome las orejitas frente a la ventana, cuando de repente me doy cuenta de que mi reflejo no me refleja, sino que me imita, pero en vez de hacerlo de forma especular (yo muevo la derecha, el reflejo mueve la izquierda) lo hacía equivalente (yo muevo la derecha, el reflejo mueve la derecha).

Me asustaba porque eso era imposible.

Entonces el reflejo se daba cuenta de que tenía miedo, y por ello sonreía maliciosamente. Salía del espejo y, al salir, sus ropas eran blancas y su pelo crecía hacia a dentro hasta quedarse corto. A la vez que el pelo se le encortaba su altura aumentaba, y lo que antes eran orejas de gato se convertían en unos cuernos como los de la mala de la bella durmiente, que crecían y crecían...

Me cogía del cuello y yo me ahogaba.

Despertaba de la angustia.

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