sábado, 2 de febrero de 2013

Tornados

Jugábamos en un descampado, al lado del aeropuerto, mientras observábamos cómo los pájaros metálicos alzaban el vuelo a cámara lenta y cada vez aceleraban más y más, hasta que los perdíamos de vista entre las nubes. Todo entre estruendos que, en vida real, hubieran atormentado nuestros tímpanos, pero ahora el ruido del avión hacía un efecto sedante sobre mí.
Mientras Irene y Lidia hacían castillos de arena, yo seguí observando los aviones.

Justo en el momento en que uno llegaba a la mitad de la pista y se alzaba en vuelo vertical, Lidia giró la cabeza para verlo. Irene seguía de espaldas.

Lidia y yo admiramos como el avión había hecho un ángulo recto perfecto, y ascendía hasta desaparecer en el cielo gris. Irene seguí de espaldas, ni lo vio, ni le importó no verlo.

Cuando hubo desaparecido el avión y cesado el estruendo, Lidia le contó a Irene lo que se había perdido. Daba igual, ella seguía de espaldas, no le importaba.

Entonces había una luz en el cielo de nubes grises, como si el avión hubiera estallado contra el sol azul. Y un tornado cayó del cielo.

Nosotras, boquiabiertas, no podíamos dejar de mirar y admirar la columna de aire gris y azul, que avanzaba hacia nosotras peligrosamente.

Lidia nos despertó del estado de shock cuando nos dijo "bueno, creo que, mejor corremos, ¿no?", todo con la tranquilidad, la ironía y risa que la caracteriza.

Cuando quisimos correr, ya estábamos dentro del tornado, que con manos de aire en hilos, nos cogía, lanzaba, y dejaba. No nos hizo daño, pero cada vez que intentábamos salir de él, otra mano de hilos de aire nos cogía y nos ponía en la dirección contraria a la que queríamos ir.

Con mucho esfuerzo y distrayendo las manos de aire, conseguí salir del tornado y correr hacia un muro que bloqueaba el aire de entrar en las casas. Lidia e Irene fueron al otro lado del muro. El Tornado parecía buscarnos, pero no conseguía vernos.


Ahora teníamos que juntarnos, era yo quien tenía que pasar a través del tornado, sin que me percibiera, para reunirme con ellas al otro lado del muro.

Unos personajes de cómic, que no voy a nombrar porque me da vergüenza, nos ayudaron a reunirnos. Básicamente lo que hicieron fue ayudar a cruzar a través del tornado a una velocidad mayor que la del aire.

Al final, el tornado se deshizo, tenía la piel cortada y habíamos sido lanzadas contra el suelo y el muro muchas veces, pero no había dolor, sólo una persistente risa floja.



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