lunes, 7 de enero de 2013

Cámara subacuática (II)

Y en la oscuridad, cuando ya no podía casi ni respirar, una corriente muy fuerte la arrastró hasta chocar fuertemente con una verja de metal, dándola un fuerte golpe en la cabeza.

Aire. Por fin. La cámara se llenó de aire y la presión disminuyó, pero aún así le dolían los oídos, pues estaba sumergida, al fin y al cabo. Entonces se abrió una compuerta delante, y poco a poco los ojos se fueron acostumbrando a la tenue luz que había en la cámara subacuática.

Frente a ella había un pasillo, como una tubería alargada, con armarios metálicos a los lados. No era un pasillo muy alto, pero ella tampoco era alta, por lo que al principio iba agachada, luego se estiró. Casi rozaba el claustrofóbico techo.

Sonaban recuerdos de la infancia, voces de antepasados que nunca llegó a conocer, pero sabía quienes eran, y también comenzaba a saber quién era ella.

Primera sala: vestidos. Vestidos a todos los lados, de otras épocas. Vestidos de plumas, con los que podría haberse lanzado desde el Sol y volar como un pájaro.

Sintió que algo pasaba a su lado. Un espectro en holograma, de lo que en su día pudo haber sido su madre. Las voces de sus antepasados seguían sonando en unos megáfonos oxidados, un eco al final de la galería subacuática.

Segunda sala: VHS, grabados en cintas, de lo que había sido su vida. Y vidas de sus antepasados.

Tercera sala: víveres. Había bebidas isotónicas dentro de matraces aforados de 500mL, la mayoría tenían un color amarillento oscuro, como el zumo de manzana, y sabían a vino.

Cuarta sala: sólo pasillo, que yo recuerde.

El megáfono se encontraba tras la última puerta. La abrió lentamente. Era de madera, y cuadrada, era la única parte de la galería subacuática que no era como una tubería, daba a una  sala de muebles antiguos y humedad. Él estaba sentado en el sillón, cansado, con un matraz sobre la mesa y una copa en la mano, mirando una televisión en pantalla gris, esperando que las respuestas saliesen de la pantalla.

-¿Qué vamos a hacer? -dijo ella. No sentía pena, pero le lloraba el ojo derecho.

-Ya se nos ocurrirá algo -contestó él sin dejar de mirar la pantalla gris.

Ella se acercó, se tumbó en el sillón, y comenzó a mirar la pantalla gris, esperando que se les ocurriese algo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cada vez que no dejáis un comentario ¡¡Schrodinger mata y no mata un gatito!!