domingo, 9 de octubre de 2011

El río.

Miro desde mi ventana, o lo que queda de ella, un hueco en lo que en su momento fue una pared.
Llega el momento, el momento preciso de cruzar. Yo ya crucé este río, antes, hace mucho tiempo, si hubiera existido el tiempo.
La niña y el anciano me llaman desde la otra orilla. El anciano permanece estático, la niña saluda y salta mientras me grita: "Cruza el río, enfréntate a tus miedos"
No tengo miedo, sé nadar. Y es solo un río, ni especialmente profundo, ni de gran caudal. Ni siquiera la corriente va rápido, es más, parece muy calmado, casi estático.
No dudo, he esperado mucho este momento, quizás muchos siglos, quizás apenas unos segundo, quién sabe. Pero voy sin prisa, nunca tuve prisa.

Sin ni siquiera descalzarme, o quizás siempre estuve descalza, entro en el agua. Primero los tobillos, y lentamente hasta que el agua me llega por las caderas decido zambullirme entera. Parece que he adelantado un buen trecho, pero la Niña y el Anciano siguen a la misma distancia que cuando miré desde la ventana. No avanzo.
Yo ya crucé este río una vez, por otro lado, cuando vine. Pero la otra orilla no es la misma de la que procedo. Es el siguiente peldaño.

Tengo que sumergirme del todo, purgarme. Cierro los ojos, no cojo aire, no lo necesitaré, y sé que hace tiempo que no lo necesito.

Entonces ya no estoy en el río. Todo cuando hay a mi alrededor es agua, o al menos su esencia.
Hay algo oscuro en el fondo, algo que me observa y conozco perfectamente.

Soy yo. O más bien, una parte de mí. Mi mayor temor.

Me toma de los hombros y me atrae hacia su oscuridad, pero con mi mano derecha aparto su mano de mi hombro. "No" solo basta con una palabra y se aleja de mí, se empieza a hundir, y dejo en el fondo del río lo que era, lo que fui, pero desde luego ya no es lo que soy.

Mi mayor miedo, yo misma, ha quedado atrás.

El río vuelve a aparecer, toco suelo y ya estoy casi en la otra orilla. El anciano ya no está, estamos la niña, yo y un inmenso bosque con los árboles muy homogéneos detrás. La niña, vestida toda de blanco,mismo color que sus ojos y pelo, tiene la mirada de algo muy antiguo, algo que ha permanecido en esta orilla mucho tiempo. No dice nada, solo señala a un dintel de madera de roble que hay a su derecha, de puerta doble y muy antiguo. Esta entreabierta y emana una leve luz blanca de ella. Detrás del dintel solo está el infinito y oscuro bosque.

Miro a la niña, y sin ninguna palabra, tomo el pomo de la puerta. Sélo que me espera al otro lado: unas escaleras. Pero hay demasiada luz, no puedo verlas.

"Nunca te bañarás en el mismo río dos veces"-Heráclito.

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