martes, 22 de diciembre de 2015

Windsurf y tiburones

Como conté en la entrada anterior, el nuevo sueño comenzaba en una pequeña isla, exclusivamente de arena. Alrededor todo era azul oscuro, muy oscuro. Ese tipo de azul que te hace comprender lo que significa azul marino.

Estaba desorientada y tenía mucho miedo. El mar tiene un efecto en mí que me provoca atracción y curiosidad a la vez que pánico y ansiedad.

Miraba y miraba en derredor, desconcertada. Lo último que recordaba era un abrazo de perdón.


Alguien me llamaba por mi nombre, y entonces descubría a mi hermana con una tabla y vela de surfviento.  Me decía que me apresurara o se haría de noche. Estaba risueña y tranquila. Parecía saber donde íbamos, aunque yo no conseguía orientarme, pies el sol era totalmente vertical y alrededor todo era absolutamente azul oscuro y el mecer de las olas.

No sé si habréis montado en monopatín, hecho surfnieve (snowboard), surf o surfviento (windsurf). Surfviento es, desde mi punto de vista, el más inestable y un golpe estúpido de viento puede tirarte al agua, y aunque flota, hay veces en no sacas fuerza para levantar.

En el sueño tenía pánico de caer en medio de la nada añil. Los vientos eran complicados e inestables. Teníamos que dar muchas vueltas y cabriolas para coger adecuadamente los golpes de aire.

Pese a todo, conseguí no caerme. Seguía a mi hermana.

El sol comenzó a caer y nos dirigimos hacia el sol de frente, todo al oeste.

Al cabo de un tiempo divisamos unos arcos de piedra. No llegaba a ser costa, pero podríamos pararnos allí a descansar.

Las aguas se iban volviendo más claras. Y algo se empezó a mover en ellas.

La primera aleta dorsal chocó con la tabla de mi hermana, que no cayó porque íbamos más rápido que ellos y logró mantener el equilibrio pese al choque.

Poco a poco vimos aparecer muchas aletas dorsales que se asomaban a ratos y luego volvían a aparecer. Rezaba porque fuera cualquier otro pez grande, pero resultaron ser tiburones pequeños.

Y vimos sombras en la profundidad de que no sólo había tiburones pequeños.


Llegamos a las rocas lo más rápido que pudimos. Allí había un grupo de guiris turistas que habían ido a hacer una visita en canoa a los arcos que formaban aquellas rocas. Su guía se había percatado de que todo un banco de tiburones pequeños se dirigía hacia ellos.

Dejaron las canoas y comenzaron a trepar las rocas de manera ajetreada y caótica.

Mi hermana y yo nos estrellamos contra las rocas donde estos estaban trepando.

Subimos a los arcos como buenamente pudimos y ayudamos a la gente a que subiera.

Pero había tres niñas apartadas del resto del grupo. Una de 14 años, ya no tan niña, que estaba en shock. Otra rondaría los 8 años y estaba nerviosa aunque no era consciente del todo de lo que sucedía. La última, la más pequeña, era un bebé de 3 años que no se enteraba de nada y le parecía buena idea chapotear en el agua.

Las tres tenían el cabello rubio casi blanco, la piel tostada y mejillas quemadas. Los ojos de la mayor eran verde agua, la mediana no recuerdo y el bebé marrón oscuro grisáceo. La de 14 tenía el pelo por los hombros casi, la de 8 un poco más largo y liso. El bebé llevaba un gorrito a juego con su vestido y pañales, por lo que apenas se le veía pelo.
Las tres llevaban ropas blancas con estampado floral-fractal rosado tirando a fucsia.

Cuando llegamos, sacamos a la mayor del shock y la obligamos a trepar las rocas. La mediana la siguió, ayudada por mi hermana.
La pequeña estaba en el hueco de unas rocas, quería jugar con los pequeños tiburones. Se disponía a meter la mano en es agua infestada cuando la conseguí agarrar por el cuello del vestido y tiré hacia arriba, con los ojos cerrados mientras deseaba que no la ahogase, ni se saliese del vestido, ni se dislocase un hombro.

La marea subía y subía.

Tenía al bebé en brazos llorando y las otras niñas abrazadas a mi hermana. Yo mantenía los ojos cerrados porque no me atrevía a mirar al mar.

Entonces oí mi nombre y abrí los ojos. Vi que alguien me hacía señas desde una formación de rocas enfrente nuestra.

Lo último que recuerdo es girarme hacia atrás y ver una gran ola, el dolor y arrastre del choque con el agua... Y despertar en mi cama de golpe y sudorosa, con el corazón en la boca.

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