lunes, 20 de mayo de 2013

Invierno de guerras

Vivíamos en una cabaña donde había más gente hospedada.
Eran tiempos de guerra. Yo había pasado toda mi vida en el valle, donde siempre es primavera, pero estaba cansada de la monotonía y había decidido subir a la montaña, para algún día ver qué había más allá de la cordillera.

Recuerdo que la primera noche nevó, y para mí hasta entonces la nieve no era más que las palabras de aquellos que la habían visto mucho antes que yo. Pensé que me conmovería, pero me sentía asustada. Hacía mucho frío. Recuerdo despertar ese día en una habitación de la buhardilla en la que ni siquiera cabía yo de pie y mirar por la ventana, y ver todo lo que había sido roca o bosque cubierto por una capa de nieve.

La nieve era traicionera, caminábamos cerca de la casa, por los caminos que conocíamos de memoria, en fila de uno y atentos.
Un tanque-coche se salió una vez del camino, y fue sepultado por la nieve. Veíamos en el cielo cómo volaban bombarderos  hacia un lado y hacia el otro de la cordillera.
 La gente  de la cima se había negado a acoger a los soldados, ya que estaban en contra de la guerra. El ejército no insistió mucho, nadie quiere acogerse donde siempre es invierno cuando tiene la eterna primavera a pocos kilómetros.aún así, 5 soldados convivían en la cabaña con nosotros, para controlarnos, alegando que ahora todo era de todos, pero no trabajaban como nosotros, no cultivaban árboles en el hielo, ni araban la nieve, como nosotros, que estábamos de sol a sol cultivando la tierra helada, cuyos frutos eran unas especies que jamás he visto en vida y no sabría cómo describir... eran plantas de agua, pero que alimentaban.

Nuestras ropas eran de ese color amarillento que destaca que es viejo. Llevábamos una camisa y un cinturón ancho para enganchar una manta larga que hacía de falda y llegaba hasta los tobillos, era una falda gruesa y eficaz contra el frío. Las botas impermeables de piel llegaban hasta la pantorrilla. Nos recogíamos el pelo en moños bajos y cargábamos con las cosas en un cesto sobre nuestras cabezas.

El invierno cada vez era más frío. La nieve cada vez más espesa. Los pájaros metálicos en el cielo más abundantes.

Decidimos tender una trampa a los soldados que vivían a costa de nuestro trabajo, y acabaron cayendo al vacío, envueltos en nieve, en una avalancha infinita. Ellos y una especie de tanque-avión-trineo.


Y supimos que vendrían más,  y que acabarían con nosotros, así que decidimos movernos.

Yo llegué allí con la intención de pasar al otro lado de la cordillera, por lo que la decisión de abandonar la gran cabaña perdida en la cima de la montaña no me apenó, pero otros miembros de la comunidad se desmayaron del disgusto.

Y así fue como la comunidad, que no conocía otra tierra que la nieve y otra temperatura que aquella que estaba por debajo de los 10ºC, se vio obligada a cruzar a las tierras del otro lado de la cordillera, tierra que no era de nuestro dominio, unos pocos kilómetros que suponían un nuevo mundo.


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