sábado, 30 de enero de 2016

A piedras contra la libertad

Soñé que estaba en un lugar de playas paradisíacas corriendo felizmente con mi hermana. Reíamos y comíamos de todo. Éramos muy felices.

Pero llegó un día en el que esa zona se nos hizo monótona. Queríamos ir a ver qué había más allá de la playa.

Entramos en las ciudades. Estaban en ruina. Eficios demolidos y agujeros de balas en las paredes. No había casi nadie por las calles, y los pocos que había llevaban la cara cubierta por completo o casi por completo.

Nos estaban siguiendo. Nos cubrimos como hacían todos y nos adentramos en los callejones grises. Pero eso sólo fue meternos en la boca del lobo.

Llegamos a una calle sin salida. Tres perseguidores nos cerraban la única parte de la calle por donde podríamos salir.
Descubrimos entonces que se trataba de perseguidoras.

La chica que parecía la líder cogió un pedazo de escombro y gritó algo en un idioma que yo no podía entender. Lanzó el escombro contra mi cabeza, y al momento nos llovían piedras y cosas varias por parte de nuestras perseguidoras y de gente que se había asomado a las ventanas de sus casas para cooperar en nuestra lapidación.

Nos decían cosas, probablemente insultos, mientras nos escupían y lanzaban de todo. Todo eran mujeres.

Intentamos salir corriendo de allí, pero no nos dejaron escapar. Nos defendimos, cogí del cuello a su "líder" y la tiré al suelo. Seguía gritándome lo que deduzco que no son cosas nada agradables. Me mordió. Y yo con la mano mordida cogí uno de los escombros que ella me había tirado y comencé a golpearle la sien.

Lo cierto es que me sentía dividida entre la autodefensa y el golpearla para hacerle daño. Pero como no dejaba de moverse y arañarme, le partí la nariz con la piedra.

Hubo un momento de desconcierto por parte de las perseguidoras y salimos corriendo.

Nos seguían.

Topamos con un señor que parecía ser un guardia. Nos regañó en su indescifrable idioma y luego discutió con las perseguidoras hasta que fue él quien pegó el grito más fuerte y ellas se callaron y se fueron  por donde habían venido.

El señor nos gritó, pero no entendíamos nada. Tomó una zarza espinosa y nos golpeó y empujó con ella mientras gritaba.

Mi hermana y yo dimos por hecho que debía ser algo así como un "marchaos y no volváis ramas"

Corrimos y corrimos, hasta regresar a nuestra casa en la playa. Allí estaba mi abuelo y le contamos todo lo sucedido.

-Os habéis acercado demasiado a la frontera. No quieren dejar a nadie salir -dijo mi abuelo perdiendo la vista en el crepúsculo que se cernía sobre el océano.

-¿Qué hay al otro lado de la verja espinosa, abuelo? -preguntó mi hermana.

-La libertad. -contestó cerrando los ojos como si le doliera la cabeza- No quieren que la gente la conozca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Cada vez que no dejáis un comentario ¡¡Schrodinger mata y no mata un gatito!!