jueves, 8 de diciembre de 2011

Fin de la historia.


Y entonces viajamos. 5 millones de años antes, 5 millones de años después.
Y lo encontramos.
La sangre de una niña del tiempo.
La sangre de una joven con mentalidad de anciana y corazón de niña.
La sangre de una anciana que ha dejado de sangrar, que no puede morir.


También vimos la Boca del Abismo, la que mira en nosotros cuando nosotros miramos al abismo, la de la mirada dentada. Y las columnas que la cubrían, y la gente que jugaba sobre estas columnas, evitando no pisar la boca y caer... la mayoría se arrepentían y dejaban el juego. Los más tercos seguían buscando su premio, atemporal. Nadie nunca ganaba.

Nos metimos en sus mentes, vimos sus miedos, instalamos unos nuevos y borramos los viejos; porque no tiene sentido temer un juego.

Seguimos viajando, más allá de lo infinito, más allá de los límites oníricos.
Vimos lo que era, lo que fue, y lo que debió ser.
Vimos como el tiempo fluía en espiral, como lo que una vez ya pasó volvía a pasar, con pequeñas diferencias, otras personas, otro lugar, pero era siempre la misma historia. No había fin.
11 años antes éramos, y 11 años después dejábamos de ser.

Y bueno, en fin. Después de caminar por las estrellas, de saborear el ser atemporales, de ver la misma historia, con diferentes personas y en diferentes lugares, decidimos sanarla. Para que la historia tuviera un fin, y pudieran surgir otras historias.

Y con una misma sangre, de tres personas, y un poco de agua de nadie, curamos la historia, y la permitimos finalizar, porque nuestra historia tenía que acabar, porque teníamos que abandonar nuestro tiempo y lugar.

Y así nacieron otras historias, que nunca conoceremos, hasta quizás dentro de unos 10 millones de años, o más, cuando estén finalizadas.

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