-¿Creéis que hay vida en otros planetas? -preguntó un compañero. Estaban todos juntos mirando las estrellas. Todas las noches lo hacían. Pero aquella noche era especial, era la noche sin noche; el eterno amanecer, el único día de todo el verano que podían permanecer allí, simplemente tendidos en los trigales, tendidos en el tiempo, esperando a que este volara. Esperando al amanecer, a que todas las estrellas se extinguieran con la luz rosácea y fría del nuevo día.
-Tiene que haber. El universo es muy grande, no sé si infinito... pero es tan grande. Es flipante esto, cada noche, mirar al cielo... Es precioso. Y cuando acabe el verano tendremos que volver... no se verá el cielo... la puta mierda de la contaminación y todo eso. -contestó un segundo compañero- Podría permanecer aquí, alejado de todo. Por siempre. No me importaría.
Ella callaba, solo miraba al cielo. Y pensaba.
-¿Y tú? ¿Crees que hay vida en otros planetas, señorita cristiana? -esa pregunta iba para ella. No era en tono burlón ofensivo, era simplemente burlón.
-Jajaja. Claro que sí... No sé, miro al cielo y pienso en ellos...
-¿En quiénes?
-Ellos. Allá arriba, otro mundo, otra galaxia... ¿otra especie? No creo que sean tan diferentes a nosotros...
-Eso quiere decir que te estás enamorando de un marciano... -me reí con sueño y sin fuerzas. Estaba echa polvo y además algo ebria, y empecé a desvariar.
-Pues algo parecido al amor puede ser. ¿Sabéis esa sensación de "qué estará haciendo" o "con quién estará ahora" o "cómo llevará los exámenes"? Todas esas preguntas que te haces cuando estás enamorado... bueno, en mi caso enamorada, ¿vale? Pero el caso es que me entendéis, ¿no? No sé, me pregunto dónde estarán, que es lo que harán, pensarán en mí y cuándo les veré... Sí, supongo que en cierto modo es como estar enamorada de un marciano, jajaja. -hubo un largo silencio, y los tres miraron al cielo, tendidos entre el trigo, cansados y destrozados, a las siete y pico de la mañana, con los pies muertos de tanto baile y la voz quebrada de tanta canción.- ¿Sabéis qué? Cuando miro al cielo, me fijo en una sola estrella. Es como si las demás desapareciesen por completo. Como si solo hubiera una, solo una para mí, solo una debo seguir y solo una debo observar. Solo tengo ojos para una, que eclipsa al resto.
Ella hablaba de estrellas, y hablaba algo ebria pero era verdad, era lo que siempre veía cuando se fijaba en una estrella: el resto se vuelven negras.
-A mí... me pasa al contrario. Cuando me fijo en una y lo doy todo por una... Parece que se esconde, que desaparece. Se vuelve completamente negra y las demás brillan con una luz más triste y no me apetece verlas. -dijo el segundo compañero y la miró. Y ella tuvo miedo, era una mirada que podía provocar culpabilidad en cualquiera.
Creo que ya no seguía hablando de estrellas.
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