Las ruinas del monasterio de la ciudad inundada siglos atrás ahora se usaban como refugio y escuela, para aquellos que se marchaban de sus tierras, más bien huían, sin importarles el destino, lo único que importaba era que aquello que dejásemos atrás, atrás quedase.
Yo estaba allí como profesora, o algo parecido, tenía que enseñar a los refugiados cosas sobre la agricultura, inglés y español.
Lo único que nos diferenciaba del resto era que los mentores teníamos un cuarto en buhardilla, propio. Éramos los únicos que dormíamos solos, los únicos con el privilegio de la intimidad.
Pero yo no quería dormir sola, y me pasaba las noches enteras apoyada en un muro empedrado que nunca iban a reconstruir, mirando al bosque, que se mezclaba con la infinidad del mar.
No dormía, ya no necesitaba dormir.
El trabajo de la mañana y las clases eran duras, por lo que mucha gente hacía como que dormía, pero lo cierto es que algunos, como yo, aguantaban la noche en vela, vigilando, esperando. Sin apartar la mirada del bosque.
A veces jugábamos a las cartas o al dominó entre tanto. La gente hablaba diferentes idiomas, pero aún así siempre nos las apañábamos para comunicarnos.
Poco a poco las cartas perdieron interés en mí y yo en ellas. Había un chico, un alumno, que hablaba un inglés con un acento muy curioso, como si se le intercalasen un millón de k en la nuez mientras se comunicaba. Él vigilaba el bosque conmigo. Nunca me dijo su nombre, ni él supo el mío.
Pasaron los días.
Aquí viene la parte del sueño en la que aparecen personas que conozco y sucesos reales que creo que es mejor no mencionar, por respeto a mi intimidad.
Supongamos que cierto día apareció cierta persona de mi pasado (bueno, en el sueño era mi pasado, ahora es mi presente) y revivió todo lo que yo había tratado de olvidar durante el tiempo de estancia en el monasterio en ruinas. Me recordó quién era y a quién pertenecía.
Al principio no me molestó, pero las cosas se fueron torciendo, el sueño de repente se volvió un culebrón de novela, con asesinatos y de todo. Cada vez que algo malo sucedía, la Ciudad envejecía 100 años de golpe, y no podríamos permanecer mucho tiempo allí. El mar amenazaba con arroyar el bosque y volver a inundarnos.
Al final, para salvarme a mí, todos culparon a aquél chico que había hecho vigilia conmigo y protegido la ciudad.
La escena final del sueño era en la que aquella persona de mi pasado me cogía por los hombros y me decía "tienes que volver". Yo veía más allá de sus ojos, estaba enfocada en mis pensamientos sobre aquél chico, estaba viendo todo a través de sus ojos.
-Se llamaba Alec... -fue todo lo que respondí a la mirada obligatoria del viejo "amigo". Y a la vez me preguntaba a mí misma cómo sabía su nombre, si él nunca me lo dijo.
Y lo más importante, ¿cómo un personaje onírico posee un nombre y cómo lo recuerdo? Normalmente, en mis sueños, salvo personajes ya creados o personas que existen en la realidad, nadie tiene nombre, y si alguna vez lo tienen, yo nunca lo he recordado al despertarme.
¿Por qué esta vez sí?
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