Recuerdo esa sensación de "el Mundo sigue girando". Esa sensación que iría y vendría tantas otras veces a mi vida, como olas de la mar en un bote a la deriva.
Me odiaba mí misma, a mi diario, a mi puño y a mi letra.
Intentaba pensar qué les pasaba a las buenas personas como yo, que siempre les arrancaban la ilusión pero nunca la inocencia ni los remordimientos.
No tenía nadie a quien contar lo que estaba pasando, ni nunca lo he tenido. Alguien me dijo "escribe cartas como si fueran dirigidas e ella, te sentirás mejor". Ella, o más bien, ellas, ya no eran más que la imagen de lo que yo quería que fuesen, espectros del recuerdo, presionados hacia una bondad infinita. Nada que ver con las harpías realidad.
Comencé a escribir cartas. Era más fácil que escribir al diario. Luego comencé a escribir cartas al diario. Al fin y al cabo, todo iba a parar al mismo cajón de supuesto olvido.
Pasaron los meses, y cuando tuve fuerza, abrí las cartas.
Es muy duro leerse en el futuro las estupideces que se hacían en el pasado y pensar "si no es porque yo soy yo, si fuera cualquier otra persona, pensaría que soy estúpida" Con el tiempo te das cuenta de que no eres la única persona que piensa eso de sí misma, y que sólo escribía bajo el efecto de la melancolía, primer y único motor de la inspiración.
Me di cuenta cuando una de las pocas personas a las que podría llamar amiga, una de esas personas que no ves todos los días ni quedas nunca, pero que cuando menos te lo esperas aparece de la nada para sacarte del vaso en el que te ahogas, sin necesidad de pedírselo, lo hace porque está impreso en su naturaleza de ángel de la guarda - mamá.
-No te preocupes, es normal. Sólo escribimos lo que queremos olvidar. Dicen que los problemas escritos quedan sobre el papel y se olvidan más fácilmente. Lo que de verdad sientes no se puede expresar con palabras -dijo, y haciendo honor a su nombre, dio un nuevo amanecer a mi forma de ver el mundo.
En ninguna carta o diario he hablado jamás de mi familia, de mis abuelas, mis abuelos, y de la gente que siempre ha estado ahí, o la gente que echo realmente de menos. Estos últimos 2 años han sido demasiado felices como para rellenar más de 10 páginas, y ahora la saudade ha vuelto, es forma de más de 200 páginas.
Nunca hablo de los momentos más felices de mi vida, los de verdad, porque, de algún modo, siempre he pensado que alguien podría leerlos, y robarme, junto con el secreto, esa felicidad, que sólo yo conozco.
Mi yo adolescente hubiera representado la tristeza, como la alegría, en poemas, pero esos sí que me dan miedo que los lean.
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