Era una época de guerras.
Recuerdo un campo de batalla en una pequeña península, estábamos cerca del mar, como en una playa con dunas y hierbas altas.
La mitad de nosotros atacaba de frente al enemigo, que venía en caballo.
La otra mitad, a la que yo pertenecía, se enterraba entre las dunas y permitíamos que el enemigo nos pisotease, para luego rodearle y atacar.
El enemigo descendió una gran duna llena de montículos entre los cuales nos enterramos. Parecía que teníamos las de perder, pues la altura les daba ventaja, pero una vez que sus caballos nos pisotearon y oímos el grito de ataque de los nuestros, salimos de nuestros agujeros y emergimos de entre las dunas vestidos con pieles de lobos. Corrimos cuesta abajo tras ellos, teníamos la guerra ganada.
Recuerdo haber bebido algo y sentir que se me dilataban las pupilas, que la percepción de los colores era diferente. Luego me di cuenta de que estaba a cuatro patas corriendo (o más bien volando, porque apenas pisaba la tierra a la velocidad que iba) hacia el enemigo, acorralándole duna abajo, cerca del mar.
Cuandome quise dar cuenta, ya no llevaba la piel de lobo.
Yo era el lobo.
Y cenamos la carne de nuestros enemigos.
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