Los dedos deciden moverse a cámara lenta y con voluntad propia.
La sensación crece desde las yemas de los dedos, adormeciendo las palmas, estirando los codos, dejando caer los hombros, hasta que alcanza el plomizo cuello casi incapaz de sostener la cabeza; y entonces, acto seguido, los párpados caen.
Todo el cuerpo cae.
Lo último en caer son las rodillas, así que tengo tiempo de meterme en la cama antes de caer rendida bajo el efecto de la medicación.
Y a la mañana siguiente, tras una hora después de despertar, mis extremidades vuelven a acatar quién es su dueña y responden, aunque a veces, siguen moviéndose bajo la voluntad del azar, o no moviéndose bajo la voluntad del sueño muscular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Cada vez que no dejáis un comentario ¡¡Schrodinger mata y no mata un gatito!!