sábado, 9 de marzo de 2013

Galería de Espejos (o puertas hacia otros universos)

Hace unas semanas, caminaba las calles desiertas de mi universo onírico. De un mundo pasaba a otro. Empezaba en una colina, entre la Montaña de los Cristales Oblongos y Pueblo Ojo de Pez. Me recorría casi toda ciudad soñada a lo largo de este tiempo, pero no los sitios soñados que identifico con niveles superiores. Es decir, soñé que recorría el mundo que conozco, pero visto desde mis sueños, no soñé con ningún supermundo tipo como el purgatorio.

Al principio había turistas en mi mundo, pero poco a poco, a mi deseo, mi sentimiento de que invadían mi privacidad, me fui quedando sola.

Caminaba, siempre de frente y en línea recta, por mis mundos, que se iban formando a mi paso, y recordaba, con añoranza, las hazañas conseguidas en el mundo onírico. Iba pensando sobre la realidad y el sueño.

Meditaba sobre por qué era tan sencillo construir estructuras imposibles en los sueños y en la vida real era imposible.

Meditaba sobre por qué los colores del mundo estaban limitados por un espectro de amplitud concreta y sobre por qué el mis sueños el sentido de la vista captaba mucho más.

Meditaba sobre por qué cualquier percepción en el mundo onírico era mil veces, probablemente más, aguda y fuerte que la realidad, si se suponía que la realidad era aquello que percibíamos, y lo que yo percibía con más intensidad era lo que no existía.

Meditaba sobre por qué en la vida real era imposible estar en dos lugares a la vez y en sueños estaba en todos y en ninguno.

Meditaba sobre lo costoso de la comunicación verbal de las personas iguales, divididas en idiomas, y de lo sencillo que era hablar cualquier idioma, tanto real como inventado, en sueños. Y sobretodo pensaba en lo costoso que era recordar las palabras exactas dichas al despertar, cuando sólo puedo recopilar palabras sueltas en idiomas varios y a veces idiomas inventados.

Meditaba sobre esto y muchas otras cosas. Dejé de meditar, porque sabía que toda lógica que concluyese en el mundo onírico, no tendría sentido en el mundo real, si es que conseguía recordar completamente mi tesis al despertar.

Caminé  y atravesé una catedral, sin puertas. Nunca había soñado con ella antes. Igual que entré yendo en línea recta, salí yendo en línea recta. No tenía altar, ni cruz, ni nada, salvo una gran puerta. Era estrecha y se alzaba hasta el infinito. Sus vidrieras no contaban historias, sólo eran fractales imposibles y rosetones. La luz que entraba dentro de la catedral hacía todo parecer bañado en ultravioleta, veía unos colores que no sabría describir en el mundo real. Sé que la alfombra por la que caminaba era púrpura, e infinita, llevaba caminando sobre ella desde Pueblo Ojo de Pez.

Al salir de la catedral, me encontré con mi visión onírica de Muñico, mi pueblo. Según el sueño, la catedral hubiera estado situada desde la Iglesia del pueblo (a 500m del pueblo) hasta un poco más allá de la Plaza.

Me encontré una bifurcación, y por primera vez dejé de andar el línea recta. Creo que miré a la izquierda, y el aspecto de esa zona del pueblo era totalmente igual que en la vida real, así que me decanté por el camino de la derecha, que se veía difuso, y sabría que me llevaría hacia algo nuevo.


Llegue a una sala con la que no había soñado nunca, creo, o quizás sí, cuando era muy pequeña, porque lo cierto  es que me sonaba mucho.

Había espejos, de unos y otros tamaños, normalmente bastante grandes, por toda la sala.

Supe lo que eran al momento: puertas. Eran las puertas de, no otros mundos, sino otros universos. Se me pasó la idea por la cabeza de que si conseguía entrar en uno de los espejos invadiría los sueños de otra persona.

Me puse frente a un espejo, pero no devolvía más que mi reflejo. Tenía miedo de tocar la superficie reflectante. Juraría que era líquida, como quien se asoma a un lago que no emite más que su propio reflejo, sólo que esta vez el lago era vertical.

Me alejé lentamente de ella y observé, entre aterrorizada y maravillada, el mecanismo de visión de los otros mundos.

Los espejos no mostraban nada si los mirabas directamente, pero si los mirabas en el relejo de otro espejo, en vez de dar una imagen especular infinita, te enseñaban los otros universos.

En el espejo de enfrente vi como se acercaba una figura conocida. Ahora no sabría decir quién era. Quizás era yo misma, vista desde los ojos de otra persona. Quizás era alguien que somos todos. Parecía una figura femenina y masculina a la vez. No sabría describirla. Caminaba a cámara lenta, parecía más bien que trotaba, muy erguida. La gravedad en la figura era como quien intenta andar por el fondo del mar.

La figura erguida crecía y se acercaba a cámara lenta. Tenía la mitad de una balanza tradicional, sólo el plato y la cadena. En la balanza colgaba una cabeza, que rápidamente concluía su degradación a sólo calavera.

Si continuaba mirando los reflejos de los sueños ajenos, la figura con la balanza y la calavera me alcanzaría.

Rompí el contacto visual antes de que la figura consiguiese salir del espejo.

Me giré y miré al espejo, miré mi reflejo, no los reflejos de los otros espejos. Todo reflejo volvía a ser normal.

Seguí mi camino en línea recta, alterada.

Mi cabeza empezó a meditar sobre cosas tan rápido que no soy capaz de recordar nada. Pensé que la cabeza me iba a estallar. Tenía que relajarme. Empecé a componer poesía, el griego (o al menos lo que yo creía que era griego en el sueño) e inglés. Mayoritariamente en inglés.

Llegué al final de la Galería, miré atrás. Caminé un poco más, entrando en otro mundo conocido, a salvo.

Cuando me hube calmado completamente, decidí despertar, ya que había compuesto un poema que quería escribir cuanto antes.

Me desperté, al momento, y las palabras del poema se habían perdido completamente, salvo alguna suelta, en mis sueños.

Hoy, mientras caminaba de vuelta a casa, recordé algunos... cuando los recopile, quizás, los escriba.

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