Es el fuego.
Tan hipnótico, tan vivo y bello. Y tan letal.
Mil colores, mil promesas. Al principio es solo eso, fuego. Y te atrae el amparo del calor y el brillo de sus coloridas promesas.
Y poco a poco te va quitando tu aire, tu espacio. Se acerca. Te quema, te consume. Se alimenta de ti, te necesita para existir. Y se hace necesario.
¿Quién va a separarse voluntariamente de él, con su calor, temiendo alejarse de su luz, quedarse fría en la oscuridad, sola para siempre? ¿Qué ser humano sería tan valiente? ¿Quién de nosotras será tan independiente?
Siempre nos quedarán los fuegos artificiales. Y tan artificiales. Podremos deleitarnos contemplando, allá a lo lejos, y por mucho que intentemos acercarnos, no los alcanzaremos, como quién persigue el Sol caminando. Nos agradan el sentido visual, pero jamás podrán quemarnos. Un único color, una única forma. Artificiales. Belleza artificial.
Pero a mí, la verdad, nunca me gustaaron los cohetes.
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